viernes, 12 de noviembre de 2010


Un mundo en un ser


Si miras desde lejos ese punto borroso, puede que percibas una forma indefinida, pero que a la vez te resulta familiar.

Cuando fijas tu mirada con más atención, quizás distingas unas líneas que contornan una figura, que primero se asemejan a los pliegues de una flor, cuyos pétalos ondean caprichosamente con la suave brisa.

Luego, los reflejos del sol parecen desatar desde su centro un brillo que se va esparciendo como ríos cobrizos sobre su superficie y que se desbordan hacia múltiples desembocaduras.

Pero, cuando te vas acercando, puedes ver cómo los leves hilos se van transformando ante tus ojos en suaves cascadas azules que despliegan infinitas nubes blanquecinas que asemejan pájaros o rostros conocidos.

Si das varios pasos más, tu atención se centra en las blandas montañas que bordean su extensión, llanuras pletóricas de árboles frondosos, de cuyas ramas se desprenden finos brazos que se mueven hacia todos lados con una armonía secreta.

Ahora que estás más cerca, tienes la sensación de ver en la parte superior de su esbeltez, unos faros refulgentes de un color indefinido, semejantes a dos lagos paralelos que se mecen tiernamente.

Y de la colina que colma su estatura, se desprenden pequeñas y abundantes florecillas blancas y una hilera de perlas relucientes dibujan una sonrisa.

Una vez que te has acercado lo suficiente, todas esas formas que te figurabas desde lejos, cuando tu imaginación volaba libremente, se transforman ante ti, como una revelación, en un cuerpo humano: un mundo maravilloso e indescriptible.