El reto de la literatura en la globalización
¿Quién será capaz de suscitar una nueva utopía?
A. Moreiras.
Ya nos los demostró Edward Said: la literatura puede ser un instrumento de emancipación como lo ha sido de dominación. A propósito de ello, me parece significativo que se estén tocando ciertos temas cruciales para nuestros países a partir del debate que se ha venido dando desde las teorías poscoloniales y de la subalternidad, así llamadas, y que pueden ser abordadas a partir de la literatura en el ámbito latinoamericano, como parte importante de la cultura universal.
Estamos inmersos dentro de un meollo económico desproporcionado y todo se ha convertido en una cruzada por el poder y el bienestar material. Pero las coyunturas ofrecen ciertas oportunidades que pudieran ser provechosas para vislumbrar el rumbo, y justo en los intersticios que dejan los problemas de la globalización, creo imprescindible analizar el papel que cumple la literatura dentro de este vendaval, tomando en cuenta su poder inmanente. Mucho se ha dicho del papel que juega la literatura acerca de su supuesta condición ideologizante, no obstante, la literatura no es para hacer milagros que propicien cambios, pero sí hay cierto compromiso ético, no sólo estético, en cuanto al tema de la condición humana. Por ello la literatura debe permanecer comprometida con el quehacer humano, no sólo como denuncia sino con nuevas propuestas que permitan su independencia, por ser parte de la cultura y reflejo propio de la manifestación de los pueblos. Sin embargo, nuestra literatura ha estado sometida bajo la dominación de los centros de poder, y eso implica que antes debería independizarse ella misma.
Se trata entonces, de ver en qué medida nuestra literatura se enmarca dentro de las grandes influencias ejercidas por los centros de poder (eurocentrismo) tan arraigado en nuestra cultura literaria, y la posibilidad de emancipación en la indagación de sus propias realidades. En otras palabras, qué tan libres somos para tomar nuestras propios rumbos en la literatura, si consideramos que la cultura alimenta nuestra visión de mundo, individual y colectiva, en temas tales como el ser latinoamericano y el modo de hacer literatura, principalmente.
Y esto viene por la confrontación entre cierto fundamentalismo latinoamericanista frente al “imperialismo” arraigado en las corrientes literarias universales, fomentado por la globalización, y que ha creado nuevas formas de ver al otro latinoamericano en su interrelación con el mundo.
García Canclini refiere que en América Latina, la transnacionalización, por ejemplo, tiene vigencia por la tensión existente entre los nacionalismos y latinoamericanismos de tipo fundamentalista, y la tendencia al cosmopolitismo y la globalización. En ese sentido, la actual producción literaria de los escritores latinoamericanos, quienes tratan personajes y temáticas que se encuentran en una posición marginal, pudiera interpretarse como una forma de liberación de esas presiones metropolitanas, y que en cierto sentido dice de una resistencia, y a la vez padecimiento, de las corrientes arrolladoras del proceso globalizador, del capitalismo sin arraigo territorial y nacional, que trasciende las fronteras nacionales, y crea las condiciones para la emergencia de lo local, donde el sujeto local, el de los márgenes, comienza a contar sus propias historias, a construir una memoria que había sido, o bien ignorada, o bien contada desde la razón occidental/imperial.
Esa apreciación, aunada al tema de la identidad, están ligadas a la propuesta que plantea Alberto Moreiras acerca del tercer espacio, que es una invitación para abordar de manera diferente la complejidad de la identidad latinoamericana y la forma de hacer literatura en nuestra América, en el período llamado “poscolonial”. Precisamente, los principales planteamientos problematizados, desde siempre, y que refiere el tercer espacio, han sido ¿qué es el ser latinoamericano? y ¿cómo hacer literatura?, principalmente, convirtiéndose en una constante de preocupación para los propios intelectuales del continente, y aun fuera de él.
Alberto Moreiras propone un espacio o zona intermedia de enunciación para reflexionar de manera crítica y estética sobre lo latinoamericano y específicamente desde la literatura. Sin embargo, al abordar los temas se presentan problemas relacionados con la dificultad de integrar la reflexión filosófica con la literatura, y también que esa literatura se revela en una constante tensión con los paradigmas metropolitanos y el europeísmo. Tal situación implica la sospecha cierta de que nuestra intelectualidad no está totalmente desligada de los paradigmas eurocentristas, por más radical que parezca, es decir, no es autónoma, como hace notar Moreiras (Moreiras, 1999:12). A esto se suma el hecho de que la reflexión sobre lo latinoamericano se hace desde los Estados Unidos. La primera queja que surge de estos planteamientos es que se estaría haciendo mucha retórica y ningún análisis crítico desde la propia región, sometida a la hegemonía de los centros metropolitanos.
Por ello, al parecer sin más opciones, en el tercer espacio se plantea una perspectiva que permita incluir el eurocentrismo como foco o instancia crítica de reflexión para determinar si la intelectualidad, y con ella la literatura latinoamericana, puede ofrecer una alternativa crítica del pensamiento latinoamericano (Moreiras, 1999: 15). Y esa posición pareciera contradictoria en vista de que somos producto de la cultura occidental y aún permanecemos en una condición subalterna con relación a los centros y a los modos de producción metropolitanos, que se revela como una especie de “destino infalible” tal como observa Moreiras: “para las formaciones culturales de la élite criolla percibe su dependencia con respecto a Europa como signo de su alineación específica con respecto de su propio destino histórico” (Moreiras, 1999: 16). Entonces, la propuesta del tercer espacio se configura como una conciliación de dos corrientes aparentemente antagónicas de pensamiento, entre lo radical latinoamericano y el eurocentrismo, un debate postcolonial de bipolaridad entre el centro y los márgenes, pero en sus confluencias y desacuerdos, para dar paso a una vía de entendimiento capaz de generar perspectivas razonables del pensar sobre el ser latinoamericano a partir del período poscolonial, que evidentemente se manifestaría en todas las formas de producción intelectual, incluida la literatura.
La paradoja que se percibe en este planteamiento es que esa zona de distensión a la vez se convierte en una lucha contra los centrismos o “desestabilización del eurocentrismo” como dice Moreiras, para que la literatura tenga posibilidad de espacios de pensamiento alternativos en el espacio literario mismo (Moreiras, 1999: 49).
Es claro que esa visión ha surgido a raíz de un agotamiento de las utopías latinoamericanas, ya que funcionan a la par de la lógica del mercado mundial dominante, es decir, de la ideología global, con la cual los países de la región están sometidos a políticas de subordinación y dependencia, por lo que se hace difícil proyectos de desarrollo independientes.
Uno de los problemas que se presenta— valga decir desde la perspectiva de las posiciones políticas de izquierda—, para lograr la tan ansiada independencia a la que aspira la intelectualidad latinoamericana, mediante la renovación de los estudios latinoamericanos1 con las llamadas “teorías poscoloniales” o “estudios subalternos”, es que éstas llegan es a través de universidades estadounidenses. Los enfoques de la academia norteamericana actúan como centro de poder cultural donde se teoriza sobre y por América Latina en los Estados Unidos. De tal forma que la nueva teoría se orienta hacia la búsqueda de “prácticas sociales y culturales periféricas muy fragmentadas, cuyo efecto repercute en el debilitamiento del potencial contestatario de formas consagradas de identidad cultural”.2
Esta percepción viene dada por el abandono de la perspectiva clasista y la crítica hacia el capitalismo, principalmente. De este modo, el desplazamiento de los estudios culturales desde Europa hacia los Estados Unidos, que se centra primordialmente en el discurso teórico denominado “multiculturalismo”3 y que pretende rescatar la memoria a los grupos subalternos dominados por las narrativas imperiales y nacionalistas, así como la condición de sujetos de sus propias historias, se ve afectado por el hecho de que quienes hacen las teorías son, en su mayoría, intelectuales procedentes de América Latina pero radicados en el primer mundo, es decir, en el centro, lo que en gran medida se percibe como una misma lógica homogeneizante y distante, en donde se desestima la heterogeneidad del pensamiento latinoamericano.
Se trata, entonces, de que la academia estadounidense es centro teórico, y aborda la situación latinoamericana y teoriza sobre ella, mientras que los latinoamericanos se mantienen en la periferia, limitados sólo a la práctica. En una etapa poscolonial o de descolonización, según Walter Mignolo, “el sujeto deberá ejercer su deseo desde la proyección de regiones interespaciales, o espacios del entre, concebidos como lugares desde los que pensar, por oposición a lugares sobre los cuales pensar” (Moreiras, 1999: 47). El hecho de querer escribir sobre y no desde, se percibe como una nueva forma de dominio o neocolonialismo en el marco globalizador.
Por ejemplo, los estudios culturales sobre la región dejan fuera de análisis más profundos las causas verdaderas de las migraciones —tópico recurrente dentro de la propuesta poscolonial— principalmente hacia los EEUU, y que son el referente más emblemático del subalterno, con una fuerte incidencia en la alteración de las identidades nacionales y regionales de América Latina.4 Las migraciones se profundizan en la segunda mitad del siglo XX, y se producen principalmente como consecuencia de la globalización, generando una profunda fractura en la identidad latinoamericana y que, a la vez, devela una realidad en la que coexisten diversas formulaciones de identidad dentro y fuera de sus lugares de origen.
El caso es que se aborda dicho problema desde una perspectiva individual, y casi no existe una reflexión más exhaustiva sobre las causas que provocan el movimiento de masas humanas, y, por otro lado, la relación de esos flujos migratorios actuales con el proceso de globalización, cuyas practicas económicas profundizan la problemática, aun en los mismos centros. Por ejemplo, la gran cantidad de inmigrantes en EEUU y el impacto de esas migraciones ha puesto en crisis la propia identidad de ese país, directa o indirectamente, lo cual amerita revisar la diversidad étnica, religiosa y cultural de su población y a la vez crear nuevas formulaciones y reelaboraciones de los conceptos para las identidades latinoamericanas, de tal manera de hacerlas más visibles, pero tomando en cuenta su heterogeneidad y constante transformación, ya que ninguna formulación de la identidad es permanente o aceptada por todos. Igual revisión debería considerarse para las migraciones colombianas hacia Venezuela, por ejemplo, que han ido creciendo. En el asunto de la diferencia, sería necesario aplicar lo que Fredric Jameson llama la “especificidad situacional” para adoptar un posicionamiento que siempre permanezca concreto y reflexivo (Moreiras, 1999: 58) ante el fenómeno migratorio y sobre la complejidad de la identidad.
Y esa problemática en el marco de la globalización, donde se imponen nuevas relaciones humanas desterritorializadas, la subalternidad, referida a la condición de subordinación, y que se extiende a las diferencias de clase, género, oficio o cualquier forma de diferenciación, incrementa las asimetrías en las interrelaciones humanas de los grupos en condición de minorías en otro país, incluso en sus propios territorios.
Dentro de esas diferenciaciones también se encuentra el intelectual de origen latino dentro de los EEUU, donde es categorizado de subalterno en oposición al letrado “clásico”; a lo que se suma el hecho de la distinción de sexo con predominio, casi absoluto, de lo masculino.
En suma, las migraciones, y los problemas de las minorías en general, son sólo ejemplos de cómo los problemas políticos, económicos y sociales no pueden permanecer desligados del quehacer intelectual, y por extensión, de la literatura. Esto hace que los criterios de la “élite” sean poco eficaces al momento de aplicarlos a la nueva realidad latinoamericana; además, no todos los teóricos aceptan el término “poscolonial” para los estudios culturales en América Latina o se inscriben dentro de esa categorización.5 Todos estos aspectos representarían puntos de quiebre en el momento de realizar los estudios culturales sobre Latinoamérica desde los centros.
Así, con el desarrollo teórico de los “estudios subalternos” o “teorías poscoloniales”,6 que pretenden una crítica profunda del quehacer latinoamericano, lo que ha puesto en evidencia son los vínculos entre las prácticas colonialistas occidentales y la producción intelectual, es decir, imágenes estereotipadas de las culturas no metropolitanas, basadas en una supuesta radicalidad.7 El pretendido posicionamiento de radicalidad del nuevo pensamiento es tan sólo una apariencia. Tal sospecha proviene de la idea de que los discursos anticolonialistas y nacionalistas, aun de las élites criollas, “con amplias raíces culturales europeas” (Moreiras, 1999:18) no es más que una continuación del discurso colonial imperial, como también deja entrever Edward Said en Cultura e imperialismo —que viene al caso latinoamericano por nuestra común condición de ex colonias europeas. Lo que se estaría haciendo realmente es una reescritura de los problemas, sólo una alusión de las deficiencias, sin verdaderas soluciones. En la literatura se manifiesta por una novelística de sólo lectura. Se trata, en suma, de una disidencia que estaría dominada igualmente por los centros de poder, como dice Moreiras.
Por otro lado, se da el caso de que el discurso de los intelectuales nativos se pretendan los únicos voceros autorizados para hablar por los otros, negando el espacio donde el “otro” pueda expresarse sin mediaciones. Esto representaría otra forma de hegemonía, pero ya hacia adentro. Al respecto, el tercer espacio propone renunciar a la jerarquización discursiva entendida según patrones clásicos: “Igual que el texto periférico no se produce como herramienta de captación y dominio del texto metropolitano, tampoco este último tiene derecho de colonización alguno sobre el texto periférico” (Moreiras, 1999: 44). Pero el caso es que los intelectuales y literatos de nuestro continente, al pretenderse autoridad, conferida o proclamada, por ser parte de la cultura eurocentrista, estarían convirtiéndose igualmente en hegemónicos, jerarquizando de este modo el discurso central, sin equilibrio, tal como sucede incluso cuando la posición central insiste en la teorización de los márgenes. De esta manera, los “conflictos de posiciones” permanecen en la lucha de los márgenes contra los centros, y no aporta solución a la problemática, y sólo se mantiene una perspectiva a futuro.
A ese respecto, es evidente la dificultad que afronta el intelectual latinoamericano para poder deslastrarse de la influencia europea y los paradigmas heredados. Esa contingencia es casi imposible, tomando en cuenta toda nuestra historia y producción literaria, tan enmarcada en los paradigmas eurocentristas. Y una de las causas de esa imposibilidad podría ser, como la identifica Roberto Schwarz, por una profunda “inadecuación” de la vida cultural de las élites latinoamericanas con relación a las modas intelectuales importadas: “Hay una falta de convicción tanto de las teorías constantemente cambiantes como de su relación al movimiento social en su conjunto” (Moreiras, 1999: 18), por lo que abandonar el seguimiento de las ideas metropolitanas e irse hacia los polos, no resulta satisfactorio, y tal postura contribuye a “prestigiar un bajo nivel intelectual y crudeza ideológica” (Moreiras, 1999: 19). Esto se traduce en que el nacionalismo extremo y el abandono de la teoría, como acto reactivo, tampoco contribuye a la posibilidad de liberación: “Pensar el tercer espacio es salvaguardar el compromiso con la teoría, con la voluntad teórica, y al mismo tiempo colocarse más allá de los paradigmas reactivos de la identidad cultural (...)” (Moreiras, 1999: 44). Lo que parece complicado en esta propuesta— y hasta paradójico— es que se deba abandonar un discurso según patrones clásicos y al mismo tiempo hacerlo bajo sus mismas formas (¿?).
A pesar de lo complicado del asunto de la independencia, sin embargo, ha habido intentos bien importantes. Por ejemplo, en un sentido vanguardista, muchos escritores del llamado boom latinoamericano, que hizo volcar las miradas de los mismos centros hacia nuestro continente, tratan de producir un desplazamiento y provocar un movimiento contra-hegemónico, que desterritorializa los límites y promueve la ruptura con los cánones literarios tradicionales establecidos por los centros metropolitanos, con una idea más auténtica de lo latinoamericano.
Ya antes, Jorge Luis Borges, por ejemplo, a quien se le ha considerado un escritor europeísta —o la apreciación de Beatriz Sarlo: escritores liberales de “cosmopolitismo obsesivo” o “exacerbación de lo heterogéneo” que “cultivan la sabiduría de la partida, del extrañamiento, de la lejanía y del choque cultural, que puede enriquecer y complicar el saber sobre el margen social y las transgresiones”8 —, ya en su tiempo, al igual que Roberto Arlt, Macedonio Fernández y más reciente Ricardo Piglia, entre otros, había previsto la problematización de estos temas, como se puede apreciar en Arte de injuriar y en El escritor argentino y la tradición, por mencionar algunos ejemplos, y en general, toda su obra parece plantear cierta resistencia en contra de lo europeo, sea como parodia o ironía, pero que en el fondo se percibe como una inversión de la propuesta ideológica dominante en los relatos del siglo XIX, donde se consideraba a lo americano como lo bárbaro, lo degradado, marcado por la violencia, y que debía ser reformado o exterminado por el “espíritu civilizador” proveniente de Europa.
Pero, desde adentro, también los escritores latinoamericanos deben enfrentar sus propios conflictos. En la búsqueda de la verdad —lugar común de los escritores—, se encuentra siempre presente esa tensión entre el intelectual y las masas, entre civilización y barbarie, que se manifiesta como un “destino” de un peligro latente, una amenaza de enfrentamiento y terror. Así, permanece vigente la situación en la que la literatura latinoamericana se debate en una tensión entre el letrado y el otro, en la indagación de su realidad.
La posición de Borges de alguna manera despertó algunas inquietudes (¿Borges deconstruccionista?). En el fondo, su escritura y su pensamiento podría considerarse una propuesta de la comprensión de la nueva narrativa latinoamericana como problematización de lo real, intentando superar la idea tradicional del relato, específicamente la novela, vista como un reflejo o “distracción” de la realidad, pero sobre todo por su carácter burgués y colonialista. Tal vez por ello Borges soslayó la novela.
Aunque siempre está latente el problema de que la literatura latinoamericana, y en general, el trabajo intelectual, está influida por la cultura europea, sin embargo considero que es una forma de hacer resistencia ante la nueva realidad y el intento de crear nuestros propios paradigmas. En ese intento, el escritor está obligado a reconocer los cambios, políticos, sociales o de cualquier índole, y llevarlos al discurso como una alternativa contra el discurso dominante. Como dice el escritor Ricardo Piglia, “del mismo modo que existe una máquina de narrar estatal, que construye un discurso dominante, el discurso de poder, es posible identificar una serie de discursos sociales circulantes, que representan un contra-relato, un discurso del orden de la disidencia, y el escritor es aquel que sabe escucharlos y transcribirlos, o bien inventarlos y plasmarlos bajo la forma de literatura” (conferencia Tres propuestas para el próximo milenio [y cinco dificultades], Habana: 2000), y que ya no sólo obedece a razones estéticas, sino a los procesos sociales en los que se ve envuelto el escritor.
El contra-relato es, entonces, una forma propia de plantear la realidad latinoamericana desde adentro, y que se ofrece como espacio contra la hegemonía de las formas clásicas del relato dominante, provenientes o impuestas por los centros metropolitanos. Tal recurso implica, al menos, la posibilidad de cierta resistencia, y la cual podría tomarse como un primer intento para lograr ese tercer espacio que propone Moreiras —y que luego persiguen escritores del llamado post-boom en el nuevo contexto globalizador—, porque permite plantear asuntos cruciales a través de la reflexión acerca de algunas certezas y falacias del conocimiento de lo latinoamericano, sobre el pasado y del futuro. Esa visión de lo latinoamericano se plantea en la narrativa como versiones alternas respecto de las versiones oficiales o del poder de los centros, por medio del cuestionamiento, que es una especie de disidencia en la literatura.
Con ese matiz, la postura de Borges representa una irreverencia, animado por el impulso de transgredir los límites de los sistemas clásicos y de todo lo establecido, para invertir los valores tradicionales. Piglia, por su parte, propone el ensayo que promueve el debate de ideas, tal como hicieran Borges y Macedonio, como medio de producir ficción, y “los conflictos de posiciones” en donde la razón y la pasión se mezclan y producen una tensión narrativa que permitan hacer unas cuantas reflexiones sobre las miserias (y grandezas) del ser humano. Así se van mezclando la tragedia y la irreverencia, como un camino de indagación y superación del dolor, del miedo y el terror, mediante la ironía, la insinuación o la sátira y el humor. Ante un nuevo orden de cosas, la realidad está siempre bajo cierta sospecha, del complot, por ello su literatura representa una opción anti-realista, que es la irreverencia con respecto a lo canónicamente esperable. Los nuevos cambios sociales y políticos generan resistencias donde los nuevos cuentistas se empeñan en cambiar las representaciones canónicas de la tradición literaria, desde los márgenes, ahora ya no sólo contra el eurocentrismo sino también contra el americanismo.9 En ese sentido, el boom latinoamericano irrumpe en el ámbito literario y da inicio a la creación de una nueva forma de ver la realidad, construyendo historias antagónicas, algunas veces contradictorias, que no pasa desapercibida en las nuevas tendencias literarias —o por lo menos se ofrece como alternativa para la vindicación de sus causas.
De igual manera, el llamado post-boom refleja la continuidad de la problemática. A través de una narrativa revolucionaria y el discurso testimonial, se trata de producir una crítica que no sólo refleje la nueva realidad latinoamericana sino que ponga en perspectiva de qué manera la intelectualidad pueda lograr espacios independientes surgidos desde su propio seno, sin mediaciones totalizantes y hegemónicas.
Como hemos visto, sea cual sea la posición que se adopte y a pesar de los intentos para lograr nuestras resonancias con voz propia, el problema persiste y se convierte en un círculo vicioso, debido a nuestro carácter de subalternidad. Es por ello que la propuesta de un tercer espacio para pensar lo latinoamericano y crear la viabilidad de cualquier proyecto emancipador, pasa por una revisión necesaria de los orígenes de nuestra intelectualidad.
A este respecto, es interesante el análisis que hace el filósofo venezolano J. M. Briceño Guerrero en su libro El laberinto de los tres minotauros, acerca de los grandes discursos de fondo que han dominado el pensamiento americano, reflejados en la historia de las ideas, la observación del devenir político y el examen de la creatividad artística.
Briceño Guerrero identifica como “discurso europeo segundo” al importado desde fines del siglo XVIII, estructurado en la razón que engloba las ideas del racionalismo, la ilustración y la utopía social y potenciado verbalmente con los diversos positivismos, tecnocracias y socialismo. Sus palabras claves en el pasado fueron modernidad y progreso, que en nuestro tiempo se transformó en desarrollo. Su campo de acción gobierna las declaraciones oficiales, proyectos de gobierno y partidos políticos, las doctrinas y programas revolucionarias y, en general, el pensamiento y las concepciones sobre el universo y la sociedad.
Por otro lado, refiere un discurso denominado “mantuano”, heredado de la España imperial, pero en una versión americana, presente en los criollos y el sistema colonial español. Basado en los preceptos de la Iglesia Católica, pretendió la occidentalización cultural a través de la educación cristiana, la conducta individual y las relaciones de filiación, así como el sentido de dignidad, honor, grandeza y felicidad.
En tercer lugar, define un discurso “salvaje”, que provendría de las heridas producidas a las culturas precolombinas de América por los conquistadores, y a las culturas africanas sometidas a la esclavitud. La imposición de Europa en América creó una nostalgia de las formas de vida no europeas u occidentales, por ello este discurso se asienta en la más intima afectividad y relativiza a los otros dos, poniéndose de manifiesto en el sentido del humor, en la embriaguez y en un cierto desprecio secreto por todo lo que se piensa, dice o hace. La interacción de los tres modos de discurso, sin embargo, no logra gobernar la vida pública para dirigirla hacia formas coherentes y exitosas de organización. La pugna por imponerse cada uno ha originado un combate de consecuencias trágicas para América. Por una parte, en las circunstancias internacionales se tiende a reforzar el discurso europeo segundo, apoyado por la ciencia y la técnica, pero el discurso mantuano se esconde detrás de éste para negociar su continuidad con intereses de las grandes potencias. Mientras, el discurso salvaje “corroe todos los proyectos y se lamenta complacido” (Briceño Guerrero, 1997:9).
En lo teórico, no se logra formar centros permanentes de pensamiento, de conocimiento y de reflexión:
Los investigadores y pensadores de América o bien se identifican con la Europa segunda de tal manera que su trabajo se convierte en agencia local de centros ubicados en poderosos países exteriores al área, o bien se consumen en actividades políticas gobernadas por el discurso mantuano, o bien ceden al impulso poético verbalista del discurso salvaje. Los esfuerzos científicos de las universidades se desvirtúan en intrigas mantuanas; las anacrónicas intrigas mantuanas no logran hacer contacto con lo real extraclásico más allá de lo necesario para sobrevivir, un cierto nihilismo caotizante impide la continuidad de los esfuerzos, y el conjunto de la situación aleja al americano de la toma de conciencia integral de sí mismo, de su realidad social, de su puesto en el mundo, de tal manera que mucho menos se enfrenta nunca auténticamente a los problemas que el universo general, la condición humana en general plantean al hombre despierto (Briceño Guerrero, 1997: 9-10).
En general, del análisis se desprende un gran pesimismo de las potencialidades intelectuales del continente en el presente, como “una gran tragedia” de perspectivas futuras.
Tal apreciación no dista mucho de lo que dice Moreiras con relación al choque o, más eufemísticamente, encuentro del europeo con el otro americano, a lo que llama Dussel “modernidad”: “...en la medida en que la literatura siga interrogándose, como es tradicional, desde parámetros críticos inadvertidamente condicionados por concepciones “modernas”, esto es, concepciones basadas en la aceptación previa de un sujeto trascendental de la historia, la literatura habrá de ser desechada como región fructífera para el pensamiento crítico...”, pero luego le agrega —lo que llamaría un toque de ánimo— si no es que el pensamiento latinoamericano quiera seguir autoconcibiéndose en referencia fundamental a la razón metropolitana: “...y habrá de ceder el paso a otras prácticas culturales menos sedimentadas, donde al menos es más obvia la irrupción de subjetividades alternativas y así la doble posibilidad de deconstrucción/descolonización con respecto del sujeto universal de la modernidad” (Moreiras, 1999: 48).
El eco de Briceño Guerrero repercute en lo que dice Dussel, por un lado, en cuanto a que es peligroso considerar que la emancipación cultural latinoamericana debe seguir caminos de desarrollo a los modos europeos de modernidad; y por otro, también se aprecia en Domingo Miliani, en la necesidad de romper con la concepción del universalismo metropolitano europeo, y ahondar en las variantes diferenciadoras de la producción latinoamericana para conquistar el espacio en la historia de la cultura de América Latina (Moreiras, 1999: 54). Por su parte, Fernández Retamar habla de que no hay literatura hispanoamericana, sino literatura de españoles en América, por lo que es necesaria la independencia de Hispanoamérica como condición sine qua non para la existencia de nuestra literatura y de nuestra cultura (Moreiras, 1999: 60).
Para concluir, no cabe duda de que en la complejidad de Latinoamérica han ocurrido adelantos como también obstáculos para avanzar hacia nuevas formas y paradigmas independientes y emancipadores de nuestra propia cultura. No podemos ignorar la memoria latinoamericana, ni considerar a América Latina como un conjunto homogéneo, derivado de un pasado histórico supuestamente común en lo esencial con las ex colonias. Tampoco se puede obviar el hecho cierto de que la cuestión está planteada en términos de “imperio y cultura” o “imperio o cultura”, entre identidad y diferencia, o autenticidad e imitación —el tercer espacio, con todo, parece aludir a “tercer mundo”, referidas siempre en términos tan “sub”, como subcontinente, subdesarrollados, subalterno, entre otros similares—, por “la persistencia de un estado de cosas colonial, neocolonial o poscolonial”, dice Moreiras (Moreiras, 1999: 55).
¿Quién será capaz de suscitar una nueva utopía? Para ser más optimistas, debemos repensar qué vías alternas son factibles para encaminar el pensamiento latinoamericano —llámese tercer espacio u otro proyecto—, de las diferentes perspectivas para reconfigurar de otra manera las relaciones existentes de poder y de orden cultural. En ese sentido, las teorías poscoloniales, producidas por estudios procedentes de Europa y Norteamérica, sin embargo, podrían ser aprovechadas en el contexto latinoamericano, con el objeto de hacer visibles a los “sujetos subalternos” del continente. En alguna medida, ellas han generado discusiones sobre el conflicto y constituyen un punto de partida para tratar de comprender cuáles pueden ser las ópticas a tomar en cuenta para reflexiones futuras. Lo más importante es la conciencia de que mientras existan esas posibilidades, cualquier intento vale la pena para operar un cambio profundo en la mirada sobre nosotros mismos.
El dilema a afrontar, entonces, serían las categorías totalizantes y homogeneizantes, de un lado y del otro, en las que se dan pretensiones absolutas de orden cognitivo, ético o estético, o en las artes, privilegiando a unas por encima de otras. El reto para la literatura en esta etapa globalizante, si es que la literatura misma representa críticamente el marco bajo el cual la historia debe ser interpretada (Moreiras, 1999: 63), sería establecer su identidad consigo misma, o los “puntos de vista descolonizados” de Fernández Retamar —pese al desarrollo capitalista y los aspectos negativos de la globalización—, en relación con el universalismo eurocéntrico, dentro del sistema general de la cultura.
No se puede desconocer el gran peso cultural y moral de nuestro continente.
En la complejidad de la cultura latinoamericana afortunadamente no todo está dicho aún.
Bibliografía, referencias bibliográficas y electrónicas
Briceño Guerrero, J. M. (1997). El laberinto de los tres minotauros. 2ª edición, Caracas: Monte Ávila Editores.
García Canclini, N. (1989). Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México: Grijalbo.—. (2004). Diferentes, desiguales, desconectados. Mapas de la intelectualidad. México: Gedisa.
Moreiras, A. (1999). Tercer espacio: literatura y duelo en América Latina. Chile: Editorial Universidad Arcis.
Obras completas de Jorge Luis Borges (1974). Buenos Aires: Emecé Editores.
Piglia, R. (2001). Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades). Argentina: Fondo de Cultura Económica.
Rama, Á. (1984). La ciudad letrada. Hanover. USA: Ediciones del Norte.
Ramos, J. (1989). Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.
Said, E. (1996). Cultura e Imperialismo. Barcelona, España: Anagrama.
Electrónicas
Fernández Nadal, E. “América Latina: los estudios poscoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual”. En: revista Herramienta, Debate y Crítica Marxista (1-7-2006).
Pacheco, C. (1997). “Reinventar el pasado, la ficción como historia alternativa de Hispanoamérica”. En: Ciudad Seva (28-6-2006).
Notas
En Europa, desde fines de la década del 50, un grupo de intelectuales ingleses —Raymond Williams, William Hoggart, Eduard P. Thompson y Stuart Hall— desarrolló, dentro de una matriz marxista de pensamiento, una línea de interpretación de los problemas del arte, la literatura y otras prácticas sociales significantes, que produciría una profunda renovación en la lectura de los fenómenos culturales. Una de las conquistas más importantes logradas en este campo fue la crítica sistemática a la visión reductiva y mecánica de los procesos ideológicos y el descubrimiento de la cultura como una esfera provista de una autonomía relativa. De modo particular, Williams revisó la noción marxista de la cultura a la luz del concepto gramsciano de “hegemonía”; ello le permitió concebirla como un proceso social agonístico, íntimamente relacionado con las formas específicas de la lucha de clases y las consiguientes manifestaciones históricas de dominación y de resistencia sociales. Dichos estudios se trasladaron luego a América. Fuente: “América Latina: los estudios poscoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual”, de Estela Fernández Nadal.
Fernández Nadal. América Latina: los estudios postcoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual.
Fernández Nadal. Conjunto de estrategias conceptuales de deconstrucción del paradigma moderno eurocéntrico de conocimiento, e ideología del capitalismo global.
Fernández Nadal. América Latina: los estudios postcoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual.
Fernández Nadal. América Latina: los estudios postcoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual.
El origen de esta terminología se encuentra en desarrollos teóricos producidos por intelectuales radicados en centros académicos metropolitanos pero procedentes de la periferia, más específicamente de las antiguas colonias inglesas y francesas que conquistaron su independencia política en el siglo XX. Se destacan las trayectorias de Edward Said, Homi Bhabba, Gayatri Spivak y Ranajit Guha. América Latina: los estudios postcoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual, por Estela Fernández Nadal.
Fernández Nadal. América Latina: los estudios postcoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual.
García Canclini, 1989:306.
“Los nuevos cuentistas se empeñan incesantemente en carnavalizar las representaciones canónicas del cosmopolitismo y del americanismo, tal como aparecen en la tradición literaria, histórica y política de Latinoamérica; en última instancia, la tentativa debe entenderse como una desconstrucción del poder”. “Los totalitarismos, las utopías esclavizantes, los discursos falaces con que el poder se legitima” (Pacheco, 1997. “Reinventar el pasado, la ficción como historia alternativa de Hispanoamérica”).
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