miércoles, 27 de mayo de 2009


Nuestra condición Macbeth

Como ya nos anunciara Wilson Knight, enfrentarse a la obra Macbeth, del gran Shakespeare, resulta una tarea de gran dificultad, principalmente por la atmósfera sobrenatural que envuelve todo desde el principio, en donde imperan el asombro y el misterio; pero sobre todo por la sensación de que algo inconmensurable va a suceder al entrar a ese territorio extraño donde no caben las certezas. Sin embargo, si de algo se puede tener cierta certidumbre es que estamos frente a un evento trascendente que, como un eterno retorno, nos obliga a mirar hacia nosotros mismos en busca de la ineluctable naturaleza humana.

Lo sagrado y lo profano

Al inicio de la obra, en la escena III del primer Acto, tres brujas1 realizan un conjuro, que no está dirigido directamente a Macbeth, pero es como si lo fuera:


Bruja 1ª: (...) ¿Qué puerta quedará segura cuando de todos los puntos de la rosa soplen los vientos? Ni una vez podrá conciliar el sueño (...).2


Luego se produce el encuentro de Macbeth, junto a Banquo,3 con las extrañas mujeres, hermanas fatídicas, y sus raros anuncios. Este hecho ocurre inmediatamente después de que Macbeth ha librado una guerra y por tal motivo se encuentra bañado en sangre. En cierta forma, la situación presenta cierto paralelismo con el episodio de la Odisea, de Homero, cuando Odiseo vierte sangre como vehículo para entrar al Hades a encontrarse con Tiresias. Por supuesto, el sentido de verter sangre difiere en ambos casos: mientras Odiseo derrama la sangre de un animal para un ritual, en Macbeth es sangre humana vertida en un combate salvaje. Sin embargo es significativa la analogía de la sangre, la cual se convierte aquí en simbolismo relacionado con lo sobrenatural y la muerte, “tragedia de sangre”, como dice Bloom.Este acontecimiento adquiere mucha importancia por el perfil que luego va a dar al desencadenamiento de los hechos, es decir, la irrupción de lo sobrenatural en el mundo natural, de lo cotidiano y común, así entendido, y por la influencia que ejerce esa irrupción en las conductas del matrimonio Macbeth.


Eliade dice que “lo sagrado se manifiesta siempre como una realidad de un orden totalmente diferente al de las realidades naturales”;4 no obstante, igual se podría decir cuando estamos en presencia de un hecho sobrenatural en sentido negativo, es decir, del mal, puesto que también éste emana una “aplastante superioridad de poderío” y que, como lo sagrado, nos enfrenta a una experiencia terrorífica e irracional. Pudiera decirse entonces que tanto lo sagrado como lo profano, entendido aquí como el bien y el mal, se establece tal correspondencia que provoca por igual ese sentimiento de espanto en el ser humano. El mal absoluto, dice Knight, “por lo tanto ajeno al hombre, se muestra en esencia como inhumano y sobrenatural”.5


Sin embargo, resulta un tanto desconcertante cuando Macbeth no se muestra tan espantado, como podría esperarse ante un hecho de esa naturaleza, sino más bien por las palabras que los seres sobrenaturales le confieren (tanto así que incluso más adelante regresa a hacerles más preguntas). Evidentemente, Banquo se percata de que las palabras de las brujas fueron más impactantes para Macbeth que la rara situación en pleno páramo, al saludarlo por su propio nombre y como señor de Glamis, Cawdor y futuro rey de Escocia:


Banquo: ¿De qué nace ese terror, amigo Macbeth? ¿Por qué te asustan tan gratas nuevas?6


Tal aparición y las premoniciones suponen inmediatamente que se deba tomar una opción: negarlo o creerlo. Macbeth le da crédito a lo que las mujeres dicen, brujas reales o fabricadas por su conciencia, y consecuentemente se obsesiona con la idea de ser rey de Escocia. A partir de allí, ahora sí, comienza lo que las “mujeres” habían anunciado antes en el conjuro, como la “abertura de una puerta infernal”, y que el propio Macbeth había refrendado:


¡Día de sangre, pero hermoso más que cuantos he visto!7


Se producirá así una inversión de la propia naturaleza, cuando los vientos soplen y el caos se apodere de la tierra y de los corazones de los hombres, hasta ahora nobles; tal vez por el hecho de que “Macbeth mismo es un vidente involuntario, casi un médium oculto, espantosamente abierto a los espíritus del aire y de la noche”,8 y, tal como Odiseo, aunque con distintas motivaciones, encontró la manera de abrir las puertas del inframundo.
El oxímoron de lo bello y terrible al mismo tiempo contempla, de manera dramática, igual que las palabras de las brujas, en lo que se convertirán la propia Naturaleza y la psiquis de los personajes. Bloom, refiriéndose a la obra, observa que “La imaginación (o la fantasía) es un asunto equívoco para Shakespeare y su época, en la que significaba a la vez el furor poético, como una especie de subtítulo de la inspiración divina, y un desgarrón en la realidad, casi un castigo por el desplazamiento de lo sagrado en lo secular”.9


A propósito de la religiosidad de Macbeth, Bloom dice que “No hay nada de específicamente anticristiano en sus crímenes; ofenderían virtualmente toda visión de lo sagrado y lo moral que haya conocido la crónica humana”,10 y que sus terrores son más chamanistas que cristianos puesto que “Macbeth gobierna en un vacío cosmológico donde Dios está perdido, o demasiado lejos afuera o demasiado lejos dentro para ser conminado de nuevo”.11 Así pues, en lo sagrado y lo profano, como en lo bello y lo terrible, se mezclan y confunden el bien con el mal.

Orden y caos


Nuestro mundo representa el orden cosmizado, obra de los dioses, separado de esa otra parte opuesta y desconocida que es el caos y que, según Eliade,12 es un espacio extraño poblado de demonios. La irrupción del mal en el mundo organizado representa una ruptura de los niveles que mantienen separados ambos mundos, que se presenta como fuerza en pugna contra el bien, y hace mella en el espacio sagrado conferido por los dioses.Es de suponer, entonces, que las brujas, quienes han perdido condición de “persona”, pertenecen a ese espacio caotizado y representan las fuerzas del mal, donde el mal es bien y el bien es mal, como si tergiversaran el orden moral (aunque Bloom, citando a Nietzsche, dice que “los prejuicios de la moralidad no son pertinentes para tales demonios”13 ). En todo caso, el caos se apodera del mundo a partir del asesinato del rey Duncan,14 aparentemente aumentado por la fuerza del hechizo de las brujas, y entra con estrepitosos golpeteos del infierno,15 que es la propia casa de Macbeth. Las llamadas a la puerta rompen las barreras entre el bien y el mal, y un viento, el del conjuro, puede penetrar hasta las almas de los hombres.


Al traspasar las fronteras, el mal es capaz de dislocar a los hombres, que como Macbeth, no tienen la fortaleza moral y psíquica para contrarrestarla, consciente e inconscientemente. ¿Se tratará de un problema de fe? Dice Macbeth:


Yo soy inaccesible al miedo. Tengo estragado el paladar del alma. Hubo un tiempo en que me aterraba cualquier rumor nocturno, y se erizaban mis cabellos cuando oía referir alguna espantosa tragedia, pero después llegué a saciarme de horrores: la imagen de la desolación se hizo familiar en mi espíritu, y ya no me conmueve nada.16


El tiempo parece detenerse como una terrible noche eternizada, avergonzando al día, y la naturaleza cobra otra forma, extraña y llena de espanto. Hay una inversión del orden natural de las cosas, donde la lechuza caza al halcón y los caballos se devoran entre sí.


Lénnox: ¡Mala noche! El viento ha echado abajo nuestra chimenea. Se han oído extrañas voces, gritos de agonía, cantos proféticos de muerte y destrucción. Las aves nocturnas no han cesado de graznar. Hay quien dice que la tierra misma se estremecía.17


Bajo este estado, las cosas adquieren otra apariencia, más cercana a la pesadilla que a la realidad. El páramo y demás ambientes de la obra reflejan una tensión acumulada durante largo tiempo y la posibilidad de que ocurra una catástrofe. Los animales más feroces y horribles, como el oso ruso, la lechuza, el murciélago, el cuervo, el búho, incluyendo los que utilizan las brujas para sus conjuros, se apoderan del ambiente lúgubre que envuelve toda la obra, e impregnan a los personajes de su extraña presencia, como mensajeros del mal. Apariciones y espectros son ahora parte de la nueva “realidad”. Macbeth no puede dormir más, mientras en el otro extremo está el sonambulismo de Lady Macbeth, porque el sueño sería un alivio a la pesadilla de la “vigilia” a la que está condenado. “La pesadilla es una conciencia del mal absoluto”, refiere Knight. Y ese ambiente tenebroso, brumoso, que rodea todo, se refleja en el estado anímico de los personajes, en constante zozobra, miedo y agitación.

En definitiva, cuando el mal traspasa las barreras al mundo cosmizado, o sagrado, que es el imago mundi18 (aquí simbolizado por los lugares donde se desarrolla la historia: Escocia, Inglaterra), el orden natural del espacio y el tiempo se invierte. El mar, el cielo y la tierra se vuelven un caos, incluyendo la psiquis de los hombres, que lo inducen al crimen y lo mantienen en la incertidumbre, el desasosiego y la irracionalidad imperantes. Por ello, al final de la historia, al morir el mal, personificado por Macbeth, quizás “hechizado”, o mejor, sugestionado por las brujas, las cosas vuelven a su sitio y se libera al tiempo.


Cabe la posibilidad, sin embargo, de que el mal arraigado en Macbeth no sea producto de factores externos a él, sino más bien, que el mal pre-exista en el hombre, y cuando fuerzas extrañas irrumpen en el alma humana, se produce el desencadenamiento de esa maldad que habita en el alma, como una sombra que, según López-Pedraza,19 es lo que desconocemos de nosotros mismos. Para Jung, la “sombra” es el arquetipo que representa aspectos de la personalidad del individuo que éste se niega a reconocer en sí mismo. En ese aspecto sombrío que alberga los excesos del alma humana, es posible que veamos dimensiones éticas de nuestra propia conducta que promueven la desmesura, o hybris, quizás por la incomprensión de la obligación ética y moral que cada ser tiene.

La ambición y el poderLa alegoría es una personificación pero no una persona y, a la manera de los Mistery plays de la Inglaterra medieval, se hace patente en la obra por la ambición desmedida para alcanzar el poder, representada en un solo hombre: Macbeth, en quien el mal cobra una realidad material. Quizás por intermedio de la imagen de las brujas, Macbeth está comunicando su propia voluntad de poder, porque “sabe” que puede conquistarlo y, en su vigilia, es capaz de construir todos los artificios necesarios para llegar a él, convirtiendo lo imaginario en real. Así, maquiavélicamente, lleva a cabo sus crímenes como medios que justifican el fin de ser rey y obtener el poder. De esta manera, su primer asesinato, el del rey Duncan, su primo, lo realiza para obtener la corona sin merecerla. Pero como en toda relación de sometimiento, la violencia y el crimen se convierten en una máquina en donde una acción no puede permanecer aislada, gradualmente comete los siguientes, mucho peores, para mantenerse en el poder contra la voluntad de los habitantes de Escocia. Lo paradójico es que Macbeth está consciente de que el crimen lo llevará inevitablemente al desastre, y que así como él somete a sus congéneres para mantenerse en el poder, de la misma manera, él es víctima de ese poder. Aunque se pudiera ver también como víctima de un “más allá”, como nos dice Bloom. La culpa y la desgracia le acompañan en su “semiconciencia”, que expresa directamente, otras veces como “actos fallidos”,20 sumergido en un tormento que aun desde el poder no consigue librarse, porque no puede escapar de sí mismo. Dice Macbeth:


¿Por qué no pude responder “Amén”? Yo necesitaba bendición, pero la lengua se me pegó al paladar.21


y:


¡Oh, si la memoria y el pensamiento se extinguiesen en mí, para no recordar lo que hice!22


Quizás su única posibilidad de liberación sea la muerte:
Macbeth: ¡Ojalá hubiera muerto yo pocas horas antes! Mi vida hubiera sido del todo feliz. Ya han muerto para mí la gloria y la esperanza...23

Ánima y animus

Es evidente que al principio la pareja de los esposos Macbeth se muestran como complementarios. La mutua pasión entre ellos depende del sueño de ambos de una grandeza compartida, prometida por Macbeth, nos dice Bloom.24 Y quizás esa complementariedad se deba a lo que dice Jung sobre el ánima, que es el aspecto femenino inconsciente del hombre, y animus es el aspecto masculino inconsciente de la mujer. Como se ve, el ánima y ánimos son personalidades según la cual Macbeth y su mujer se relacionan desde proyecciones inconscientes mutuas. Tal complementariedad permite que apreciemos, al inicio de la obra, cierto equilibrio, comprensión y hasta ternura entre ellos; incluso, la “virilidad” de ella, cuando le induce al regicidio, despierta admiración en su esposo.


La unión de las diferencias forma la naturaleza misma del ser humano, basada en la complementariedad y la oposición de las diferencias. Sin embargo, según Balandier, “los mitos explican la unión difícil de los sexos, de los principios machos y hembras, en dos versiones paralelas pero que difieren totalmente en el momento del desenlace, uno acaba en fracaso y el otro en éxito”.25 En la obra observamos cómo en forma gradual la pareja se va distanciando psíquicamente, mientras se van desarrollando, a medida que sus acciones y pensamientos progresan, hasta llegar a convertirse en antagonistas. Así, Macbeth, el “bueno”, se convierte en un tirano cuando Lady Macbeth, la “villana” del principio, fría, calculadora y perversa, que le induce a cometer el crimen, se torna dócil e indefensa hacia el final, hasta llegar al suicidio (que sería una muestra de debilidad extrema, y ahí se ve que la persona sufre también con el mal). En ella existe una relación entre fatalidad y culpabilidad, de palabras terribles, y que abrigan mucha maldad, llena de una pasión pero negativa.


En cuanto a Macbeth, se puede apreciar claramente un cambio profundo en su carácter: pasa de ser un hombre bueno, honorable y fiel, a ser un tirano cruel y despiadado al que todos terminan odiando y traicionando. En ese mismo sentido, al principio, Lady Macbeth se muestra más ambiciosa que su esposo, y resulta evidente su esfuerzo en urdir el plan para cometer el regicidio; pero ya Macbeth había escuchado la voz de su propia conciencia, como una idea preconcebida, para acceder al poder.


El lado femenino de él y el masculino de ella se van transformando, y a partir del fallido banquete, Macbeth se vuelve juguete, ya no de su viril esposa, sino de Hécate. Las brujas, “musas de Macbeth”, como dice Bloom, sólo introducen esa posibilidad. Sin embargo no deja de ser un hecho notable que sean “mujeres”, aunque no lo parezcan del todo, junto a Lady Macbeth, las que influyeron como su ánima, es decir el lado femenino en Macbeth, en el desarrollo de sus pensamientos y acciones, y que a la vez pone en entredicho su “hombría”.


Por otro lado, llama la atención que la fertilidad convertida en infertilidad, tal como la aridez de la tierra, se personifica en Lady Macbeth de manera absoluta, en una negación total de la maternidad como hecho natural y humano.


En suma, hay una clara inversión de las psiquis de los personajes, seriamente afectadas por la ambición para acceder al poder, es decir, el lado “sombra” de cada uno de ellos se impone, los posee, y eso le da un giro inesperado al desenlace de la obra.


Casi como una conclusión, acercarse a la obra Macbeth podría asemejarse al descenso a los infiernos, porque penetrar en la conciencia humana, hacia el “lado sombra” del alma de Macbeth, tiene su toque de fascinación, tentación y terror del misterio que encierra lo oculto. Esto es literatura, pero por algo la psicología moderna trabaja con las emociones humanas que el arte atrapa, y trata de buscar, en el cuerpo psíquico, habitado por los dioses más reprimidos, las consecuencias de las trasgresiones provocadas por el orgullo humano, o hybris.


Macbeth es el personaje que cae por su ambición y eso lo convierte en un ejemplo de héroe trágico al modo medieval, que se derrumba por su propio error al querer rebelarse contra el estado natural de las cosas. Es un antihéroe, porque sus crímenes ponen de manifiesto su cobardía (Duncan es un viejo bondadoso, su primo y además es asesinado mientras duerme; igualmente, Macbeth asesina a mujeres y niños), sus acciones son contrarias a las de un verdadero héroe.


De esa forma, Shakespeare, en el teatro de venganza durante el periodo isabelino, retoma la categoría dramática griega de “destino”, pero ahora con otros sentidos: el destino es el azar simbolizado por la Rueda de la Fortuna, posteriormente, es la propia condición del héroe la que determina su propia caída. Macbeth ha transgredido las leyes naturales, las humanas, civiles y hasta militares, por ser general del ejército de Escocia, convertido en traidor y déspota. Su contraparte sería Macduff (que después de la muerte de Banquo, es quien lidera el ejército inglés) y la mayor amenaza para Macbeth, Némesis de éste —profetizado por las brujas—, como el “hombre no nacido de mujer” y único capaz de matarle.


Lealtad y patria por un lado y ambición y traición, por otro, mezclado con lo sobrenatural, el miedo constante, las trasgresiones a la naturaleza, y una culpa que todos comparten, como dice Knight, conforman el caos imperante tanto afuera como en el interior de los personajes, liderado por los Macbeth. Las brujas, tal vez Hécate, vienen a él porque le conocen sobrenaturalmente y “no ponen nada en su espíritu que no estuviera ya allí”, acota Bloom, refiriéndose a Macbeth.26


En líneas generales, la obra podría tomarse como metáfora de la condición humana, y la naturaleza del mal en la humanidad. El mal es una personificación de los hombres, no una persona humana, lo que establece la profunda complejidad moral de la obra —“aunque ningún sistema ético es definitivo”, como acota Knight— porque, sin embargo, la obra nos dice que el mal está en el hombre, quien tiene potencialmente la capacidad de hacer el mal de una manera intrínseca. Knight dice que “el mal de Macbeth está simbolizado en la enfermedad de una nación” (Escocia),27 lo que bien pudiéramos relacionar con las condiciones de nuestra época. Por ello, Bloom atribuye a Shakespeare la intención de que después que muere Macbeth “es menos liberación para nosotros”, a propósito de la liberación del tiempo, pues nos deja una rara sensación de ser nosotros como Macbeth, de manera “inescapable” y aterradora, así como de su imaginación como la propia nuestra, y de tener un destino semejante, y su mismo miedo, por el sentimiento de que estamos violando nuestras propias naturalezas tal como Macbeth.28 Simplemente aterrador.

Bibliografía
Balandier, G. (1975). “Hombres y mujeres o la mitad peligrosa”. En Atropo-lógicas. Barcelona, España: Ediciones 62.
Bloom, H. (2001). Shakespeare. La invención de lo humano. Bogotá, Colombia: Norma.
Eliade, M. (1973). Lo sagrado y lo profano. Traductor: Luis Gil. Madrid: Guadarrama.
López-Pedraza, R. (2003). De Eros y Psique, un cuento de Apuleyo. Caracas: Festina Lente.
Knight, W. (1979). Shakespeare y sus tragedias. La rueda de fuego. México: Brevarios, FCE.
Shakespeare, W. (1973). Macbeth. En Tragedias. Traductor: Luis Astrana Marín. Barcelona: Círculo de Lectores.
Wain, J. (1967). El mundo vivo de Shakespeare (guía para el espectador). Madrid: Alianza.

Notas
1. Todas las palabras de las brujas nos dan el marco de la obra, del caos y confusión tanto de la Naturaleza como del hombre.
2. Shakespeare, W. Macbeth, pág. 197.
3. Banquo es la contraparte de Macbeth en la historia. Es también un general que sigue fiel a su verdadero rey. Su fidelidad y las profecías de las brujas acerca de que será padre de una estirpe de reyes, representan una grave amenaza para Macbeth, por eso éste lo mata.
4. Eliade, M. Lo sagrado y lo profano; pág. 13.
5. Knight, W. Shakespeare y sus tragedias, pág. 211.
6. Shakespeare, W. Macbeth, pág. 198.
7. Shakespeare, W. Macbeth, pág. 197.
8. Bloom, H. Shakespeare. La invención de lo humano, pág. 523.
9. Ibídem, pág. 518.
10. Bloom, H. Shakespeare. La invención de lo humano, pág. 520-522.
11. Ibídem, pág. 526.
12. Eliade, M. Lo sagrado y lo profano; pág. 15.
13. Bloom, H. Ibídem, pág. 534.
14. El rey, quien confiaba plenamente en Macbeth, y eso es lo que carcome a éste durante toda la obra.
15. El portero dice: “¡Que estrépito! Ni que fuera uno portero del infierno”. Shakespeare, W. Macbeth, pág. 212.
16. Shakespeare, W. Macbeth, págs. 249-250.
17. Ibídem, pág. 213.
18. Un país entero, una ciudad, un santuario representan una imago mundi. “Flavio Josefo escribía, a propósito del simbolismo del Templo, que el patio representaba el Mar (es decir, las regiones inferiores); el santuario, la Tierra, y el Santo de los Santos, el Cielo”. Eliade, Lo sagrado y lo profano, pág. 16.
19. López-Pedraza, R. De Eros y Psique, un cuento de Apuleyo, pág. 48.
20. Acto fallido, según Freud, es aquel acto que manifiesta la forma de expresión contraria a la intención original del sujeto. Puede ser en la acción, en el discurso verbal, o en un gesto.
21. Shakespeare, W. Macbeth, pág. 211.
22. Ibídem, pág. 212.
23. Shakespeare, W. Macbeth, pág. 213.
24. Bloom, H. Shakespeare. La invención de lo humano, pág. 531.
25. Balandier, G. “Hombres y mujeres o la mitad peligrosa”, en Atropo-lógicas, págs. 17-21.
26. Bloom, H. Shakespeare. La invención de lo humano, pág. 532.
27. Knight, W. Shakespeare y sus tragedias, pág. 223. Bloom, H. Shakespeare. La invención de lo humano, págs. 518-524.